Durante mucho tiempo decidí no hacer nada. Me dejé llevar
por la vida, pluma atrapada en remolino de viento. Dejar de estudiar, no pensar
en hacer nada, no tomar decisiones, ni mucho menos responsabilidades. Esperar
que algo ocurra y partir desde ahí. No responder a ningún agravio, "que
digan lo que quieran" siempre dije. Ni siquiera pensar en trabajar, ya que
eso llevaba a hacer algo, tomar responsabilidades, moverse, cosa que no
buscaba. Solo esperaba que llegara el fin de semana, tomar suficiente alcohol
para apagar la voz dentro de mí, que siempre me cuestionaba. Mientras menos
hacía más me cuestionaba. Era un pájaro carpintero que picaba en mi cabeza con
el fin de traspasar la madera, llegar a la conciencia. Cada tanto cuando la voz
dentro de mí se hacía más agúdo, más potente, prendía un cigarrillo de
marihuana y me dejaba deslizar por el hilo de humo espeso que entraba por mi
boca y la voz callaba. O también, un exceso de razonamiento que me llevaba a cansarme de tantos
pensamiento juntos, que la voz dentro mío quedaba aplacada, tiesa, en un rincón
de mi cerebro: esto ocurría en una noche tomando cocaína.
Hasta que un día bajaron mis defensas, la voz dentro de mí
se hizo fuerte y comenzó a hablar en tono de reproche:
- ¡No te das cuenta! Te haces el inteligente, te haces el “vivo”.
La respuesta está enfrente de tus ojos. Tomar la postura de no hacer nada es
hacer algo. Cuando pensamos estamos decidiendo, siempre tomamos decisiones, ¡hasta cuando decidimos
hacer nada!
Despues de escucharla intento recapacitar. Pongo mis manos en mis
bolsillos, saco una bolsita de plástico, la miro y pienso. Pocas veces pude
decir que no, y ese momento...no fue una de las pocas veces que dije no. El exceso de pensamiento apareció, la voz calló.
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